Luis Rubio - El Siglo de Durango
ÁTICO.- El gobierno padece de contradicciones; la más flagrante, querer crecimiento pero no estar dispuesto a crear condiciones para la inversión.
El poder absoluto, ya lo insinuaba Lord Acton, no es garantía de buen gobierno. Más aún cuando todo ese poder está en manos de una cosa etérea llamada Morena que, una vez sin líder en activo y en control de todos los procesos, se está convirtiendo en un ente complejo, propenso a la fragmentación y cada vez más burocratizado. Y peor cuando la ausencia de hasta la más mínima semblanza de contrapeso -resultado tanto del voto popular como de la sobrerrepresentación ilegal de AMLO- no hace sino envalentonar a los elementos más extremos, radicales y disruptivos del partido. Todo lo cual deja a una presidenta en control de parte de la administración y con demostrada habilidad para conducir la compleja relación con Trump, pero no para reconocer lo que hace funcionar a una economía.
La contradicción es flagrante. De hecho, contradicciones, en plural. Morena, y todo lo que ese “movimiento” representa, es alérgico al crecimiento económico, pero lo requiere para financiar las interminables transferencias a sus bases clientelares, sin las cuales la supuesta hegemonía dejaría de existir. AMLO entendía bien la inconsistencia entre lealtad y mejoría económica: cuando la gente progresa y se vuelve clase media, decía, deja de ser leal, por lo que es mejor mantenerla pobre y dependiente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario