Gerardo Esquivel - Milenio
Sobre Pemex se han dicho muchas cosas. Algunos insisten en que la empresa está quebrada, que representa una carga para el Estado, que estaríamos mejor si fuera una empresa privada. Para otros, Pemex es un símbolo nacional, la imagen misma de nuestra soberanía, la palanca del desarrollo nacional. Lo cierto es que Pemex casi siempre está en el centro del debate nacional. Las posturas con respecto a su desempeño durante la administración saliente están igualmente polarizadas. Para unos ha sido una fuente continua de pérdidas, una empresa que solo sobrevivió gracias al subsidio de miles de millones de dólares provenientes del erario. Para otros es todo lo contrario: gracias a la acción del gobierno se le rescató y fortaleció con una mayor inyección de recursos.
De entrada, hay que entender que una parte del debate es meramente ideológica. Es decir, hay quienes están convencidos de que la empresa privada siempre será mejor que la pública. Para ellos la discusión está saldada desde un inicio, no hay nada que discutir: Pemex es una empresa ineficiente que no puede competir con las grandes petroleras privadas. Conceptos como la soberanía energética o la rectoría del Estado les tienen sin cuidado. Para muchos otros, incluyéndome, estos no son conceptos vacíos, ya que definen una postura en la cual la propiedad y conducción del Estado de un sector considerado estratégico se vuelve crucial en la implementación de un modelo de desarrollo nacional.
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