Por Bruno Donatello - El Economista
De las entrañas de la Santa Inquisición emergió un iracundo Savonarola moderno, encarnado en la persona del profesor Juan Pablo Arroyo...
De haber sido un caso puramente académico, la salida civilizada se habría planteado sencilla. Por ejemplo, algo así expresado con serenidad: “Tu esquema explicativo no coincide con el que aquí manejamos, de manera que el desacuerdo es casi total. Pero muchas gracias por tu presentación”. Sin embargo, resultó imposible que ocurriera de esa forma. Se trataba de la intromisión de un reto herético. Y en aquella defensa a ultranza de la doctrina inmaculada, se produjo, con rudeza innecesaria, un daño humano al conferencista invitado.
Desde el principio de mi relación con aquel grupo de académicos que practican la Historia Económica, ellos sabían perfectamente que yo no comulgaba con su forma de pensar. Yo sabía que ellos sabían. Y aún con esos antecedentes me recibieron a dar la plática. Con esos antecedentes, no me extrañó que se suscitaran discusiones. Pero lo que sucedió a continuación estaba completamente fuera del alcance de mis pobres previsiones.
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