Digamos que el mundo entró en una zona nebulosa y nosotros con él. Lo que resulte no será placentero y, por su magnitud y carácter global, puede parecer excesivo atribuirle a la autoridad económica y financiera del Estado, depositada en el Banco de México y Hacienda, toda la culpa. No la tienen, pero la comparten con quienes los han hecho compadres: la Cámara de Diputados y el Senado; los empresarios organizados y sus loros mediáticos; lo que quede del movimiento obrero organizado, el zombi más grotesco que la república anterior nos legó.
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