La congregación protegida por Juan Pablo II fue obligada por Benedicto XVI a refundarse
Francisco
tiene la última palabra sobre el futuro de la organización
Pablo Ordaz- Roma-El País
La primera pregunta que, de aquí a un mes, tienen que
responder los 61 delegados de los Legionarios de Cristo reunidos desde ayer en
Roma es muy clara: ¿de qué forma puede seguir existiendo una congregación que,
fundada en 1941 por el sacerdote mexicano Marcial Maciel (1920-2008) a su
imagen y semejanza, presumió durante décadas de ser lo mejor de la Iglesia —los
más puros, los más influyentes, los más poderosos, el brazo armado de Juan
Pablo II— mientras que, de puertas para adentro, su fundador y un grupo de
secuaces robaban y abusaban de menores, incluidos sus propios hijos, bajo la
protección de su poder y el desprecio a las víctimas?
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