Samuel García - El Sol de México
Hoy, el gobierno de Claudia Sheinbaum presenta un plan crucial para la supervivencia de Pemex. La pregunta de fondo ya no es si la petrolera estatal puede crecer, sino si es capaz de sostenerse sin seguir consumiendo cientos de miles de millones de pesos del erario público.
Más que un emblema de soberanía energética, Pemex se ha convertido en un símbolo de crisis financiera. Arrastra una deuda superior a los 98 mil millones de dólares y adeuda cerca de 23 mil millones más a contratistas, sin contar obligaciones aún no reconocidas en sus estados financieros. Las finanzas de la petrolera mexicana se acercan peligrosamente a un punto de no retorno.
El problema de Pemex es estructural: opera bajo un modelo obsoleto, centralizado y rígido, sin capacidad para adaptarse a los ciclos del mercado. Esta inflexibilidad se traduce en costos crecientes, baja productividad y una burocracia que frena decisiones clave, todo agravado por el impago a contratistas, que ha minado su operación y reputación.
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