martes, 15 de abril de 2025

Trump no tiene plan B, tampoco el mundo

Jorge Zepeda Patterson - Milenio

Alfredo San Juan

El problema no es que Donald Trump careciera de un plan, porque desde luego que lo tenía. El problema es que una vez fracasado su plan A, no existe un plan B. Podríamos discutir si su visión era factible o no, pero mal haríamos en creer que era una ocurrencia o resultado de un mero capricho.

Su idea no era del todo mala para Estados Unidos, pero habría necesitado una precisión quirúrgica para sacarla adelante y no los golpes de mazo con los que intentó instrumentarla. ¿En qué consistía? Aplicar tarifas a la importación de productos de determinados países y asegurar que, en reciprocidad, los norteamericanos no tuvieran ninguna restricción para seguir vendiendo los suyos. En tal caso el beneficio habría sido incuestionable. Una tasa de entre 10 y 20 por ciento habría generado un pequeño incentivo para producir en Estados Unidos o por lo menos captar un impuesto para todo aquel que siguiera importando. Lo más probable es que la diferencia en el precio hubiera sido asumida parcialmente por el exportador extranjero, por el importador en Estados Unidos y por el consumidor. Pero el gobierno habría recibido el 100%. El sueño de Trump es que eso habría arrojado un ingreso extraordinario para las arcas del Tesoro, lo cual produciría dos milagros: equilibrar las atribuladas finanzas públicas y cumplir la gran promesa de disminuir los impuestos para los ciudadanos.

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