Por: Juan Nicolás Garzón Acosta / The Conversation
El legendario eslogan no oficial “es la economía, estúpido” de la campaña a la presidencia de Bill Clinton en 1992 revelaba una verdad atemporal: la política económica siempre termina en el supermercado, la nómina y el ahorro familiar.
Casi tres décadas después, mientras Trump satura sus discursos con la palabra “aranceles” y provoca una avalancha de titulares y reacciones globales, comprobamos nuevamente cómo las decisiones macroeconómicas se filtran en nuestra vida cotidiana.
Vuelve el proteccionismo: ¿por qué apostar a un mundo más cerrado?
Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos confió en el libre comercio como el motor de su prosperidad. La globalización floreció, el sistema de comercio se institucionalizó fundamentado en el principio de que el intercambio mundial es un juego de suma positiva, de manera que los beneficios de este podían cosecharse de manera colectiva.

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