Por: Carlos Alberto Martinez Castillo - El Economista
Durante el periodo de la posrevolución el país ha tenido diversas oportunidades para impulsar sólidamente su desarrollo. En 1946 al terminar la Segunda Guerra Mundial, como participante activo del lado de la coalición de países que vencieron, el total de la deuda externa nos fue condonada, no obstante, pudimos ir más allá si nos hubiéramos incrustado en el proceso de expansión de las potencias ganadoras en particular Estados Unidos; Japón lo hizo, el resultado está a la vista. Algunas décadas después, durante lo que se conoce como desarrollo estabilizador o “milagro mexicano” crecimos a tasa 6% promedio durante 11 años basando la estructura económica en enorme gasto público, tipo de cambio fijo a 3 – 1; los altísimos niveles de inflación con el colapso del peso nos sacaron de aquella ruta de alto nivel de crecimiento sostenido. La más reciente fue la entrada al GATT hoy, OMC, que resultó en el TLCAN con su derivado el T-MEC-; gobiernos tecnocráticos, neoliberales o progresistas todos parecen estar de acuerdo en la conveniencia de mantener el libre mercado en términos comerciales con EU y Canadá. Desafortunadamente, los beneficios tangibles de esta integración no se desplegaron al sur del país que luego de 30 años de acuerdos comerciales sigue marginado.
La crisis del sistema financiero norteamericano en el 2008, las consecuencias de la pandemia y el inicio de la guerra comercial detonó lo que se llamamos nearshoring que no es otra cosa más que reconfigurar mundialmente las cadenas de valor para pasarlas de escala global a regional. En ello estamos, con situación geográfica envidiable, 3 décadas de sociedad comercial privilegiada, sin que hayamos podido ser relevantes en este proceso. Los análisis financieros demuestran cómo hasta la fecha, luego de 5 años, para México, el nearshoring ha pasado de noche.
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