Alonso Romero* - Periódico La Jornada
Uno de los grandes éxitos de la reforma energética de Peña Nieto fue la capacidad de mentir al asegurar que era para fortalecer a las empresas estatales, al tiempo que creaba una burocracia y todo un entramado jurídico para hacer justo lo contrario. El caso más emblemático del éxito de las políticas de destrucción de las empresas estatales es lo que los funcionarios del peñanietismo hicieron con el Sistema Nacional De Refinación (SNR). En 2013, primer año de gestión de EPN, el SNR operaba a 75 por ciento de su capacidad, para 2018 se había reducido a 40 por ciento. Dos refinerías, Minatitlán y Madero, operaban a 10 y a 20 por ciento de su máximo.
Los funcionarios responsables aluden a que la condición del SNR era algo natural, toda vez que era una empresa estatal y por naturaleza son ineficientes. Una flagrante mentira. La realidad es que la destrucción del SNR (y de Pemex) estaba planeada. Lo primero que hicieron fue reducir el presupuesto para el área de transformación industrial en 31 por ciento durante ese sexenio. Al mismo tiempo, de acuerdo con el Centro de Investigación Económica y Presupuestaria, la deuda total de Pemex aumentó en 133 por ciento, al pasar de 1.1 billones de pesos en 2012 a 2.57 billones en 2018; es decir, un aumento de 1.47 billones. Todo esto tenía la lógica de libro de texto de las privatizaciones: reducir el presupuesto, endeudar la empresa, destruir su capacidad productiva y, por último, regalarla.
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