- La ayuda a Surinam, una nación minúscula asolada por la recesión, la inflación y deudas más allá de sus posibilidades, se vio frenada por la política de las superpotencias. No será el único país.
Por Peter S. GoodmanFotografías por Adriana Loureiro Fernandez - The New York Times
En su amplia oficina, con las cortinas marrón cerradas para bloquear el sol tropical, el presidente de Surinam expresó su solidaridad con los maestros en huelga que se habían congregado fuera del lugar, burlándose de él mientras exigían mejoras salariales.
Tres años de catástrofes nada atemperadas han arrasado con el poder adquisitivo en este país sudamericano, resultado de las crisis globales y de décadas de gobiernos despilfarradores. El precio de los alimentos y el combustible se ha elevado de manera galopante, empeorados por la guerra rusa en Ucrania. La moneda nacional se desplomó y la economía se fue a pique al tiempo que la pandemia comenzó a propagar muerte y temor.
En vista de “la pesada carga que lleva a cuestas mi gente”, dijo el presidente Chandrikapersad Santokhi, su “responsabilidad moral es ofrecerles ayuda”.
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