Joseph E. Stiglitz* / Especial para 'La Jornada'
Durante más de medio siglo en Estados Unidos se ha pagado a los agricultores para que no produzcan en sus campos, se trata de un viejo método para sostener los precios agrícolas. Ahora es el momento de pagarles para que produzcan más alimentos. Foto Ap
Nueva York. En lo político, el G-7 y países de ideas afines se han puesto en pie de guerra para detener la agresión rusa. El presidente ruso Vladimir Putin violó el principio más fundamental del derecho internacional, al lanzar un ataque no provocado contra otro miembro de Naciones Unidas (una institución creada explícitamente para evitar esa clase de agresiones). Los peligros de buscar un apaciguamiento (https://bit.ly/3S82kD7) deberían ser obvios. Basta un mínimo de empatía para estremecernos de horror ante la mera idea de tener que vivir bajo el mandato de Putin.
Esta guerra es peculiar. Putin ha descrito su proyecto como una confrontación con todo Occidente (https://nyti.ms/3eAW8Gh), pero los que combaten y soportan todo el peso de los ataques rusos contra la población civil y la infraestructura civil son los ucranios. Europa y Estados Unidos han provisto ayuda económica y militar, y el resto del mundo enfrenta las derivaciones de la guerra, que incluyen un encarecimiento de la energía y de los alimentos.

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