Jorge Zepeda Patterson - Diario de Yucatán
Ni tocar al INE equivale a destruir la democracia, como la oposición ha señalado, ni dejarla como está significa que vaya a realizarse un fraude en contra de Morena en 2024, como sugirió el presidente Andrés Manuel López Obrador en una mañanera. Una vez más, la polarización radical que divide a los mexicanos cancela la posibilidad de hacer un debate razonado sobre algo que importa. De nueva cuenta un asunto público entra en el ámbito de las trincheras de buenos y malos, los argumentos pasan a segundo plano y lo único que prevalece es la obsesión de ganar o perder, todo o nada.
¿Por qué importa? Porque en efecto el INE o la composición de la Cámara de Diputados son perfectibles. Se trata de instituciones que se hicieron cada vez más onerosas y que padecen fisuras que las vuelven vulnerables a la partidocracia que vive del erario público. ¿Ya se nos olvidó que hasta el sexenio pasado los consejeros se designaban por cuotas de partido (3 para el PRI, 2 para el PAN 1 para el PRD y se convertían en personeros de esos intereses)? ¿Necesitamos 500 diputados cebados, cuando en realidad un puñado dirige a las cámaras? ¿requerimos dirigencias de partidos a tal punto engordados por el recurso fácil de los subsidios? Quizá en algún momento fue explicable la generosa dotación que recibieron las oficinas de los consejeros, con sus numerosos y bien pagados colaboradores. Ajustar toda esta estructura a los nuevos tiempos de austeridad y a la sobriedad que se busca en la administración pública, en sí mismo no es condenable.
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