- El coronavirus nos ha llegado como un aviso, quizás el último, antes del desastre climático global que nos aguarda

Un inversor, en una agencia de corredores de bolsa en Bangkok, Tailandia. RUNGROJ YONGRIT EFE
Cuesta aceptar que de una calamidad surja una oportunidad. Los fallecidos y los enfermos, la angustia y el miedo, los puestos de trabajo y la riqueza perdida, todo nos lleva a considerarla como un castigo sin remisión. Si nos levantamos de esta, todo será peor. Que nadie pretenda consolarnos con buenas palabras. Derramadas sobre las heridas, escuecen casi tanto como los dedos acusadores, los agravios y el resentimiento que circulan en todas direcciones. Por arriba: de Washington a Pekín, de Bruselas a Roma, de Barcelona a Madrid, y viceversa. Y por abajo: con los señalamientos como infecciosos o como culpables, de profesiones y grupos sociales o étnicos.
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