Julio Faesler - El Siglo de Torreón
El mundo ya estaba enfermo desde mucho antes y la epidemia de
la coronavirus vino a añadirse a los
males que nos preocupaban. Los pasos se
daban en un contorno ya difícil que se venía empeorando uno de sus males la exhibían las estadísticas. Los datos decían que
la separación entre los muy ricos y las clases medias, ya sin mencionar a los verdaderamente pobres, estaba tan crecido que había economistas como el francés Thomas
Peketty que se han especializado en estudiar y analizar el fenómeno al detalle.
Desde tiempo atrás ha crecido la preocupación por el problema citado. Las razones
no son por una acrecentado sentimiento de
solidaridad hacia los desheredados que no
pueden rompen el techo que los detiene. La
pobreza excesiva lastra a las sociedades al
dar pie a que se cuestione la justificación de
sistemas democráticos de gobierno que son
el mejor sustento para el progreso incluyente. La inquietud y la violencia que la sigue
es el resultado del sesgado manejo de la relación capital-trabajo que, desde finales de
la Segunda Guerra Mundial, se asentó en
casi todos los países.
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