En los últimos días hemos pasado revista a la información más reciente y actual sobre nuestra inveterada cuestión social. En particular, hemos asistido a las evidencias de su necedad que se expresa en la persistencia de la pobreza y la vulnerabilidad de las mayorías y en una desigualdad que no se conmueve por nada.
Ni los discursos ni los muchos proyectos, siempre magros, para corregir ambas lacras han obtenido avances significativos. Se logró, me dicen los que saben de esto, evitar que el empobrecimiento nos devastara, pero no que la pobreza se urbanizara hasta determinar los principales rasgos de nuestra vida cotidiana. Lo mismo puede decirse de la desigualdad económica, de oportunidades y resultados, que sigue condicionando los peores modos de una lucha que no termina.
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