- La renuncia de Cervantes, el tercer procurador en lo que va de sexenio, vuelve a evidenciar la necesidad, y dificultad, de crear una institución independiente del poder Ejecutivo
La sede principal de la Procuraduría General de la República (PGR) es estos días un trajín constante. Los funcionarios se afanan en sacar documentación y materiales del edificio, dañado tras el terremoto del pasado 19 de septiembre. A escasos metros, en pleno Paseo de la Reforma de la capital mexicana, permanece inamovible el campamento que familiares de los 43 estudiantes desaparecidos en Ayotzinapa levantaron hace tres años. Ambas escenas hacen inevitable la metáfora: mientras en la calle los interrogantes, las denuncias, las protestas continúan, cuando no se multiplican, la PGR no deja de colapsarse.
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