En su largo trayecto a través de la historia, unos 200 mil años, nunca la especie humana se había enfrentado a una situación como la que prevalece hoy día. Si la evidencia científica acumulada durante décadas nos indica que la humanidad para sobrevivir tuvo que civilizarse ante las restricciones y límites marcados por la naturaleza, entendida ésta como la envoltura de la que depende toda acción humana, sea individual o colectiva, hoy este principio se ha vuelto especialmente decisivo, porque los impactos que el ser humano ha generado han alcanzado al ecosistema planetario. La acción humana afecta, entorpece y modifica ya los grandes ciclos y procesos globales del planeta. Esta conclusión parte, a su vez, de otro apotegma: las relaciones que los seres humanos establecen con la naturaleza se encuentran inexorablemente ligadas a las relaciones que los seres humanos establecen entre ellos mismos. Dicho de otra forma, para superar la peligrosa amenaza que genera el calentamiento planetario a consecuencia de la contaminación y las transformaciones provocadas por la civilización moderna e industrial, no serán suficientes las modificaciones tecnológicas, económicas, institucionales, etcétera. Estamos ante una civilización en crisis y ello supone una transformación civilizatoria, una revisión profunda de los modos de vida dominantes.
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