- Deberíamos mirar las caras de estos hombres y mujeres, porque algo familiar resplandece en esos rostros. Quizá sea el recuerdo de nuestra propia historia como refugiados, o una cierta vulnerabilidad humana que nos resulta más que familiar
DAVID GROSSMAN / El pAÍS
Estos días, en un café de Jerusalén, con un televisor sin sonido colgado de la pared, escucho a una mujer detrás de mí decirle a su amiga: “Esta oleada de refugiados, estos sirios, no sé yo…”
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