Los happy few, en feliz expresión de Héctor Aguilar Camín en Milenio, aplaudieron la renuncia del gobierno a seguir con su tímida reforma impositiva y acto seguido el Presidente envió al Congreso de la Unión su particular versión de la austeridad vernácula. Sin petróleo que subsane nuestra inveterada costumbre de no pagar impuestos, no queda otra que renunciar a los mínimos de bienestar apenas mantenidos; aprestarse a no endeudarse, no obstante lo barato que se mantiene el endeudamiento, y reducir el nivel de gasto o su ritmo de crecimiento, con tal de cumplir con metas que nadie nos ha impuesto pero que nosotros adoptamos para seguir siendo los boy scouts de un orden internacional no sólo vetusto, sino en realidad periclitado, al que nadie le hace caso, ni siquiera sus cancerberos de antaño, alojados en los cubículos del FMI y similares.
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