- Un proyecto deportivo de niños indígenas enamora a México. Detrás del cuento de hadas hay una historia interna de marginación y de caciquismo rural
Pablo de Llano- México-El País
En julio, Kevin Rufino Martínez Crescencio fue a Estados
Unidos con su equipo a jugar un torneo de baloncesto. Era la primera vez que él
y sus compañeros, todos ellos indígenas triquis de las montañas mexicanas de
Oaxaca, iban en avión. Martínez Crescencio tiene nueve años y mide poco más de
un metro treinta. Su mejor cualidad es el lanzamiento a canasta. También bota
el balón con destreza, lo mueve de una mano a otra como un péndulo. Sentado en
el asiento de atrás de la furgoneta de su padre, de camino de la capital de
Oaxaca hacia la Sierra Mixteca, el último viernes de octubre Kevin Rufino
Martínez Crescencio contaba cómo fue aquel viaje a Orlando. Apenas sabe
español. Le da vergüenza hablarlo. La voz le sale bajita y escondida.
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