Juan Jesús Aznarez -Santiago de Chile-El País
Puntualmente cada 11 de septiembre, la historia regresa al palacio La Moneda de Santiago de
Chile, donde
Salvador Allende se suicidó hace 40 años con un fusil regalado por Fidel
Castro. La aviación golpista y la traición demolían el edificio de la calle
Morandé cuando el presidente se sentó en un sofá palaciego, apoyó la barbilla
sobre la bocacha del arma, apretó el gatillo y saltaron por los aires el cráneo de un hombre decente y una
democracia revolucionaria. Llovía sobre mojado. No era la primera vez que
Estados Unidos había promovido en América Latina el derrocamiento de
presidentes insumisos: dos rebeliones militares alentadas por la CIA derribaron
a Jacobo Arbenz, en Guatemala, en 1954; a Juan Bosch, en República Dominicana,
en 1963, y un año después al brasileño João Goulart.
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