Una de las consecuencias más significativas de la gran recesión de
2008-2009 fue el agotamiento de la política fiscal en la mayoría de los países
desarrollados y en algunos emergentes. El sobreendeudamiento obligó a muchos
países a prácticamente abandonar la política fiscal dejando solo a la política
monetaria como instrumento para reactivar sus economías. Uno de los casos más
notorios fue Estados Unidos, que embarcó en una política expansiva sin
precedentes, llevando primero su tasa de política monetaria a casi cero y
después inyectando 85 mil millones de dólares mensuales a la economía. La
Reserva Federal se propuso comprar bonos de largo plazo para reducir sus tasas
y así aplanar la curva de rendimientos. El resultado fue que los bonos
gubernamentales de todos los plazos llegaron a registrar tasas equivalentes
menores a 2%.
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