"La
crisis ha destruido la economía de los ciudadanos, pero también su fortaleza
psicológica y gran parte de la escasa confianza que les quedaba en su
futuro"
Andrés García Reche / El País
Vivimos tiempos de confusión. Mire uno hacia donde mire, casi todo
parece ausente de sentido común, contradictorio, esperpéntico, irreal. La
crisis ha destruido la economía de los ciudadanos, pero también su fortaleza
psicológica y gran parte de la escasa confianza que les quedaba en su futuro.
Por eso, al tiempo que se rebelan interiormente contra los recortes que les
llevan a la ruina, creen, en cierto modo, a sus dirigentes políticos cuando les
escuchan decir que no hay más salida que el sufrimiento y la humilde solicitud
de perdón por los pecados cometidos. Un gigantesco síndrome de Estocolmo se ha
apoderado de las bloqueadas mentes de una buena parte de ciudadanos europeos, y
de una mayoría de españoles, que esperan perplejos, pero resignados, la llegada
de un rescate improbable de sus propios secuestradores, a quienes, con el paso
del tiempo, han aprendido a querer. En el fondo de su corazón confían, como
confiaba M. Panella, en que, a la postre, la mejor forma de vencer al enemigo
es acostándose con él.
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