José Fernández Santillán / El Universal
Uno de los hechos más sorprendentes y, al mismo tiempo, alentadores de nuestro tiempo ha sido el surgimiento de protestas sociales a nivel internacional.
En efecto, de repente las manifestaciones, encabezadas fundamentalmente por jóvenes, se esparcieron como reguero de pólvora por todo el mundo. En algunas de ellas, pero no en todas, surgieron liderazgos de nuevo tipo no vinculados directamente a partidos u organizaciones preestablecidas. Y, aunque son muestra de inconformidad respecto de la política local, por su fuerza y novedad han ascendido al plano global.
Sin duda, un emblema de esta oleada antisistémica es Mohamed Bouazizi, de 26 años, llamado “el padre de la revolución tunecina”. El cerillo con el que Mohamed se prendió fuego en la ciudad de Sidi Bouzid el 17 de diciembre de 2010 (murió el 4 de enero de 2012), en protesta por los maltratos recibidos a manos de la policía local, encendió el norte de África y al Medio Oriente.
Allí mismo, en Túnez, al calor de la lucha, emergió la figura de la bloguera Lina Ben Mehnni, de 27 años, quien usó las redes sociales para dar a conocer la brutalidad de las fuerzas del orden tratando de contener la indignación. Lina viajó a otras ciudades del país para dar testimonio gráfico de lo que estaba sucediendo. De esta manera animó la protesta y, al mismo tiempo, denunció ante la opinión pública internacional la situación prevaleciente. La gente se atrevió a salir de sus casas para engrosar las manifestaciones hasta que el tirano Ben Ali tuvo que renunciar.
Wael Ghonim, de 31 años, es una de las figuras representativas —junto con Gigi Ibrahim— de la rebelión en Egipto. Al momento de estallar la protesta era director de mercadotecnia de Google en el norte de África y en el Medio Oriente. Wael fue uno de los convocantes de la manifestación del 25 de enero de 2011 en la Plaza Tahrir; fue encarcelado y gracias a la presión de los organismos nacionales e internacionales de defensa de los derechos humanos fue dejado en libertad para inmediatamente regresar a la lucha hasta que Mubarak abandonó el cargo.
Otro emblema de las protestas juveniles de nuestra época es Camilla Vallejo, de 23 años, líder del movimiento chileno en pro de una educación pública, gratuita y de calidad. Al respecto, debemos decir que el neoliberalismo se ensañó en ese país en la época de Pinochet. Entre las cosas que se han venido arrastrando desde entonces destaca que Chile es el país de la OCDE en el que es más cara la educación. En agosto del año pasado los estudiantes chilenos lograron convocar a un millón de personas en el Parque O’Higgins de Santiago. Luego la protesta menguó, pero dejó constancia del malestar social y lo cuestionable de las políticas monetaristas.
Cómo no recordar, de otra parte, a Mark Duggan, de 29 años, quien murió el 4 de agosto de 2011 baleado por la policía en Tottenham, al noreste de Londres. Su deceso desencadenó la ira juvenil en muchas ciudades inglesas. Los reportes periodísticos señalan que los participantes en estos hechos fueron, sobre todo, jóvenes que no encuentran un lugar en la sociedad, personas sin futuro y mucho menos esperanzas de ascenso social. Mucha gente le advirtió al primer ministro conservador David Cameron el riesgo de poner en acto medidas restrictivas al gasto social; la muerte de Duggan fue el “punto clave” para que se diera la explosión de descontento.
Desde este mirador global lo importante es alzar la mirada y ver que hoy más que nunca nos estamos moviendo en una sociedad global a cuyas puertas están tocando jóvenes que no encuentran espacios políticos y económicos en los cuales participar.
Se trata de un llamado de atención a los poderes nacionales e internacionales empeñados en mantener un statu quo que ya no funciona, si es que alguna vez lo hizo.
Uno de los hechos más sorprendentes y, al mismo tiempo, alentadores de nuestro tiempo ha sido el surgimiento de protestas sociales a nivel internacional.
En efecto, de repente las manifestaciones, encabezadas fundamentalmente por jóvenes, se esparcieron como reguero de pólvora por todo el mundo. En algunas de ellas, pero no en todas, surgieron liderazgos de nuevo tipo no vinculados directamente a partidos u organizaciones preestablecidas. Y, aunque son muestra de inconformidad respecto de la política local, por su fuerza y novedad han ascendido al plano global.
Sin duda, un emblema de esta oleada antisistémica es Mohamed Bouazizi, de 26 años, llamado “el padre de la revolución tunecina”. El cerillo con el que Mohamed se prendió fuego en la ciudad de Sidi Bouzid el 17 de diciembre de 2010 (murió el 4 de enero de 2012), en protesta por los maltratos recibidos a manos de la policía local, encendió el norte de África y al Medio Oriente.
Allí mismo, en Túnez, al calor de la lucha, emergió la figura de la bloguera Lina Ben Mehnni, de 27 años, quien usó las redes sociales para dar a conocer la brutalidad de las fuerzas del orden tratando de contener la indignación. Lina viajó a otras ciudades del país para dar testimonio gráfico de lo que estaba sucediendo. De esta manera animó la protesta y, al mismo tiempo, denunció ante la opinión pública internacional la situación prevaleciente. La gente se atrevió a salir de sus casas para engrosar las manifestaciones hasta que el tirano Ben Ali tuvo que renunciar.
Wael Ghonim, de 31 años, es una de las figuras representativas —junto con Gigi Ibrahim— de la rebelión en Egipto. Al momento de estallar la protesta era director de mercadotecnia de Google en el norte de África y en el Medio Oriente. Wael fue uno de los convocantes de la manifestación del 25 de enero de 2011 en la Plaza Tahrir; fue encarcelado y gracias a la presión de los organismos nacionales e internacionales de defensa de los derechos humanos fue dejado en libertad para inmediatamente regresar a la lucha hasta que Mubarak abandonó el cargo.
Otro emblema de las protestas juveniles de nuestra época es Camilla Vallejo, de 23 años, líder del movimiento chileno en pro de una educación pública, gratuita y de calidad. Al respecto, debemos decir que el neoliberalismo se ensañó en ese país en la época de Pinochet. Entre las cosas que se han venido arrastrando desde entonces destaca que Chile es el país de la OCDE en el que es más cara la educación. En agosto del año pasado los estudiantes chilenos lograron convocar a un millón de personas en el Parque O’Higgins de Santiago. Luego la protesta menguó, pero dejó constancia del malestar social y lo cuestionable de las políticas monetaristas.
Cómo no recordar, de otra parte, a Mark Duggan, de 29 años, quien murió el 4 de agosto de 2011 baleado por la policía en Tottenham, al noreste de Londres. Su deceso desencadenó la ira juvenil en muchas ciudades inglesas. Los reportes periodísticos señalan que los participantes en estos hechos fueron, sobre todo, jóvenes que no encuentran un lugar en la sociedad, personas sin futuro y mucho menos esperanzas de ascenso social. Mucha gente le advirtió al primer ministro conservador David Cameron el riesgo de poner en acto medidas restrictivas al gasto social; la muerte de Duggan fue el “punto clave” para que se diera la explosión de descontento.
Desde este mirador global lo importante es alzar la mirada y ver que hoy más que nunca nos estamos moviendo en una sociedad global a cuyas puertas están tocando jóvenes que no encuentran espacios políticos y económicos en los cuales participar.
Se trata de un llamado de atención a los poderes nacionales e internacionales empeñados en mantener un statu quo que ya no funciona, si es que alguna vez lo hizo.
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