Francisco Valdés Ugalde / El Universal
El discurso del presidente Barack Obama en la sesión conjunta del Congreso de Estados Unidos durante el jueves tiene varias lecciones que valdría la pena aprender. La primera digna de mención es que el mandatario estadounidense hizo frente a un Congreso en el que no tiene mayoría. Presidir el gobierno de la mayor potencia implica la carga de otro desplome que acarrearía un costo que nadie está dispuesto a solventar o, más todavía, no hay quien pueda hacerlo. La ventaja para Obama es que en el sistema político de Estados Unidos el presidente puede solicitar una sesión conjunta del Congreso fuera del calendario ceremonial habitual y debido a circunstancias especiales como una crisis económica. Esta flexibilidad le permite al público medir la temperatura política y juzgar el comportamiento de los actores, es decir, permite que entre al recinto parlamentario el parecer de los ciudadanos respecto a lo que está en juego. A pesar de que se trata de un sistema presidencial, una posibilidad como ésta lo “parlamentariza” de facto. Bajo condiciones en las que no tiene mayoría de su partido en el Congreso, el presidente comprendió que para sacar adelante su propuesta de reactivación económica tenía que echar mano de todos los antecedentes de propuestas de ambos lados para hacerlas compatibles con la suya propia. Y lo hizo brillantemente: inició un debate parlamentario. No podemos anticipar la suerte que correrá esta propuesta en las cámaras del Congreso, pero Obama realizó admirablemente un ejercicio de negociación política que abre la posibilidad de un consenso entre los demócratas y el ala moderada de los republicanos, lo que conduciría a la aprobación de su propuesta de reactivación económica. Dicho sea de paso —aunque habrá que referirse a ello extensamente— con esa iniciativa y las medidas que por su parte se verá obligada a tomar la Unión Europea (más el rol que juega China), se abre paso una reconceptualización del papel del Estado: actor central e indispensable pero no opresivo, omnipotente o irresponsable; definiría un sistema nuevo de relaciones con la economía y la sociedad alejado del esquematismo neoliberal y de la ideologización populista. El periodo de cambios que prometía abrirse con la presidencia de Obama fue detenido por la reacción conservadora que sólo puede explicarse a la luz del egoísmo y el racismo. Ambos antivalores han jugado un papel significativo en la historia estadounidense. Significativamente, también se detuvo porque las bases sociales del progresismo de Obama se retiraron a sus casas y, literalmente, se pusieron a ver la televisión, a través de la cual hábilmente se coló aquella reacción para convencer a la gente de la culpabilidad de Washington, como si en esa capital ocurrieran hechos diabólicos de los que tiene la culpa sólo la Casa Blanca y no también los santurrones que controlan el Capitolio. El conflicto político que se ha planteado en el país más poderoso del mundo deriva del declive al que ha conducido un “liberalismo esquemático”, que no es sino la visión conservadora y populista de un conjunto de poderes económicos excluyentes que se hicieron del poder a través del ala radical del Partido Republicano. Con la llegada de Obama a la Casa Blanca, esa ala se radicalizó aún más en el Tea Party. Pero éste es la evidencia del fin de su hegemonía. La crisis económica de 2008 recibió un manejo diferente por parte de la nueva administración. A pesar de que su predecesor estuvo dispuesto a entregar el erario para salvar a los grandes bancos de la quiebra a que los condujo su irresponsabilidad, hoy deben una gran parte de los fondos con los que se les permitió sobrevivir. La ultraderecha económica no perdona a Obama por el cambio de rumbo. Por ello se han endurecido hasta el extremo del ridículo y en las elecciones pasadas consiguieron hacer que el público regresara a la indefensión previa a 2009 gracias, en buena medida, a la televisión irresponsable. El jueves por la noche se abrió otro capítulo de lucha política para hacer avanzar un plan económico que evite que los grupos sociales mayoritarios la —“clase media”— pierdan el acceso a la salud, a la educación y a un mínimo decente de seguridad social. En una palabra, un capítulo en que se definirá si Estados Unidos continúa por el camino del declive y el deterioro o si tiene aún la fibra para reinventarse y jugar un nuevo papel en el mundo. Tarde o temprano ese país también se enfrentará a las formas obsoletas de ejercicio del poder y de quienes abogan por ellas. Como a lo largo de la historia la democracia se ha deshecho de ellas. Si a alguien le suena parecido, seguramente es mera coincidencia. @pacovaldesu
El discurso del presidente Barack Obama en la sesión conjunta del Congreso de Estados Unidos durante el jueves tiene varias lecciones que valdría la pena aprender. La primera digna de mención es que el mandatario estadounidense hizo frente a un Congreso en el que no tiene mayoría. Presidir el gobierno de la mayor potencia implica la carga de otro desplome que acarrearía un costo que nadie está dispuesto a solventar o, más todavía, no hay quien pueda hacerlo. La ventaja para Obama es que en el sistema político de Estados Unidos el presidente puede solicitar una sesión conjunta del Congreso fuera del calendario ceremonial habitual y debido a circunstancias especiales como una crisis económica. Esta flexibilidad le permite al público medir la temperatura política y juzgar el comportamiento de los actores, es decir, permite que entre al recinto parlamentario el parecer de los ciudadanos respecto a lo que está en juego. A pesar de que se trata de un sistema presidencial, una posibilidad como ésta lo “parlamentariza” de facto. Bajo condiciones en las que no tiene mayoría de su partido en el Congreso, el presidente comprendió que para sacar adelante su propuesta de reactivación económica tenía que echar mano de todos los antecedentes de propuestas de ambos lados para hacerlas compatibles con la suya propia. Y lo hizo brillantemente: inició un debate parlamentario. No podemos anticipar la suerte que correrá esta propuesta en las cámaras del Congreso, pero Obama realizó admirablemente un ejercicio de negociación política que abre la posibilidad de un consenso entre los demócratas y el ala moderada de los republicanos, lo que conduciría a la aprobación de su propuesta de reactivación económica. Dicho sea de paso —aunque habrá que referirse a ello extensamente— con esa iniciativa y las medidas que por su parte se verá obligada a tomar la Unión Europea (más el rol que juega China), se abre paso una reconceptualización del papel del Estado: actor central e indispensable pero no opresivo, omnipotente o irresponsable; definiría un sistema nuevo de relaciones con la economía y la sociedad alejado del esquematismo neoliberal y de la ideologización populista. El periodo de cambios que prometía abrirse con la presidencia de Obama fue detenido por la reacción conservadora que sólo puede explicarse a la luz del egoísmo y el racismo. Ambos antivalores han jugado un papel significativo en la historia estadounidense. Significativamente, también se detuvo porque las bases sociales del progresismo de Obama se retiraron a sus casas y, literalmente, se pusieron a ver la televisión, a través de la cual hábilmente se coló aquella reacción para convencer a la gente de la culpabilidad de Washington, como si en esa capital ocurrieran hechos diabólicos de los que tiene la culpa sólo la Casa Blanca y no también los santurrones que controlan el Capitolio. El conflicto político que se ha planteado en el país más poderoso del mundo deriva del declive al que ha conducido un “liberalismo esquemático”, que no es sino la visión conservadora y populista de un conjunto de poderes económicos excluyentes que se hicieron del poder a través del ala radical del Partido Republicano. Con la llegada de Obama a la Casa Blanca, esa ala se radicalizó aún más en el Tea Party. Pero éste es la evidencia del fin de su hegemonía. La crisis económica de 2008 recibió un manejo diferente por parte de la nueva administración. A pesar de que su predecesor estuvo dispuesto a entregar el erario para salvar a los grandes bancos de la quiebra a que los condujo su irresponsabilidad, hoy deben una gran parte de los fondos con los que se les permitió sobrevivir. La ultraderecha económica no perdona a Obama por el cambio de rumbo. Por ello se han endurecido hasta el extremo del ridículo y en las elecciones pasadas consiguieron hacer que el público regresara a la indefensión previa a 2009 gracias, en buena medida, a la televisión irresponsable. El jueves por la noche se abrió otro capítulo de lucha política para hacer avanzar un plan económico que evite que los grupos sociales mayoritarios la —“clase media”— pierdan el acceso a la salud, a la educación y a un mínimo decente de seguridad social. En una palabra, un capítulo en que se definirá si Estados Unidos continúa por el camino del declive y el deterioro o si tiene aún la fibra para reinventarse y jugar un nuevo papel en el mundo. Tarde o temprano ese país también se enfrentará a las formas obsoletas de ejercicio del poder y de quienes abogan por ellas. Como a lo largo de la historia la democracia se ha deshecho de ellas. Si a alguien le suena parecido, seguramente es mera coincidencia. @pacovaldesu
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