jueves, 8 de septiembre de 2011

LA BANCA DE DESARROLLO Y LOS PERROS DE RANCHO

Francisco Suárez Dávila / El Universal
En la administración del presidente De la Madrid se decía que los subsecretarios éramos “los perros de rancho”, se nos “amarraba” cuando había fiesta y se nos “soltaba” cuando había alguna bronca.
Lo mismo puede decirse ahora de la Banca de Desarrollo. Desde el gobierno del presidente Zedillo algunos de sus funcionarios, por razones ideológicas, decidieron que había que amarrar, o más bien desaparecer, la Banca de Desarrollo que ya no se necesitaba ante el auge de la banca comercial privada y era un resabio estatizante.
Este gobierno junto con el entonces secretario Carstens, para hacer frente a la recesión de 2009, decidió soltar la Banca de Desarrollo (BD), sacándola de los sótanos de Palacio Nacional. Desde entonces se ha hecho uso activo de ella.
Recientemente se designó como director general de la BD a Luis Madrazo, un excelente funcionario. El nuevo subsecretario Rodríguez, seguramente recogiendo su positiva influencia, escribió un artículo en este periódico que buscaba crear una “nueva época de oro de la Banca de Desarrollo para el futuro”. Ya salió a la fiesta. Buen propósito.
La “nueva banca” se defiende con una danza de porcentajes maravillosos. En realidad hay poco avance. Las estadísticas más confiables son Informes de la Bancaria: Nafin aumenta sus saldos de crédito y garantías de 115 mil millones, en junio de 2009, a 130 mil millones, en 2011; menos crédito que Inbursa, el séptimo Banco. Bancomext se estanca en 50 mil millones; el que sí tiene aumentos grandes es Banobras. Toda la BD da 3% del PIB en créditos. En 1970 sólo Nafin dio 7% del PIB y financió la tercera parte del crédito industrial, más o menos lo que el BNDS de Brasil hace ahora.
Lo importante no son, sin embargo, las cifras. La “seudo” Banca de Desarrollo es algo cualitativamente diferente. Su esencia es que en general sirve a dos objetivos principales: redescontar pagarés de las grandes empresas públicas o privadas —el factoraje— para dar liquidez a pymes. Ésta debía ser tarea de la banca comercial. El otro es garantizar o redescontar los créditos de nuestra banca mayoritariamente extranjerizada. Esto representa tres cuartas partes de la cartera de Nafin.
La verdadera Banca de Desarrollo no es la banca “subordinada” arriba descrita. Debe ser un instrumento activo del Estado para impulsar el desarrollo, formulando programas sectoriales y regionales y ejecutando proyectos detonadores. En los exitosos países asiáticos como China y Corea, a estos bancos los llaman, policy banks, bancos que determinan políticas y han sido creados para alcanzar los grandes objetivos nacionales.
Los legisladores del PRI plantearon una iniciativa de cambio estructural para lograr justamente esto. Nacional Financiera dejaría de ser “Nacional Factoraje” para impulsar la reindustrialización del país y su competitividad. El gobierno debe olvidarse de fusionarle a Bancomext. Éste tiene objetivos diferentes. Debe asumir la tarea de tiempo completo de impulsar la diversificación de nuestras relaciones internacionales. Dar crédito a nuestros exportadores y a sus compradores, vinculado con la promoción, dando seguros y financiando a nuestras empresas cada vez más numerosas en el exterior. Por ello, todos los países industriales pueden no tener otro banco de desarrollo, pero sí tienen un Eximbank. El que sobra es Proméxico. Otra propuesta es convertir a Financiera Rural, una agencia que canaliza recursos presupuestales con una ínfima cartera de 12 mil millones en un Banco Agropecuario, que multiplica el capital para el campo. Banobras, que ha financiado infraestructura en forma creciente, es lo que más se aproxima a la auténtica BD. La verdadera racionalización es que todos los fondos dispersos por todas las secretarías, atendiendo intereses clientelares y burocráticos que los defienden (Focir, Fondo Pyme, Firco, FIRA, Fonatur, etc.), se consoliden en el BD del sector correspondiente. Estas BDs deben contar con su propia fuente de fondeo, colocar papel en las afores y estar adecuadamente capitalizadas, además de manejar toda la gama de instrumentos: crédito primer y segundo piso, redescuento, garantías, capital de riesgo, asistencia técnica y apoyos preferenciales focalizados. Volver a generar proyectos y formar “evaluadores”, especie casi en extinción.
Esta reforma estructural ha sido estigmatizada por algo muy secundario a ella, la propuesta equivocada de crear un burocrático Consejo Superior de BDs con funciones ejecutivas. De aprobarse esta ley detenida, los cambios contribuirían a una “época de oro” del desarrollo, no la de “plomo”, del estancamiento en que nos encontramos.

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