Jorge Zepeda Patterson - Milenio
Por más méritos que esté haciendo, Donald Trump no es el principal responsable de un mundo en donde el egoísmo y la inmisericordia se han instalado como políticas de Estado en contra de los más débiles. Y no es que las potencias fuesen muy diferentes en el pasado, pero al menos el abuso y de plano la maldad, no habían sido convertidos en motivo de orgullo, como sucede ahora.
Y digo que no es Trump el verdadero responsable porque el personaje no es más que producto de un profundo cambio de valores. No solo se trata de que se hayan radicalizado los sectores conservadores, que por lo general detentan el poder del dinero y casi siempre el de la política; el problema es que la agenda de la ultraderecha más intransigente y negacionista se ha convertido en el llamado “mainstream” entre buena parte de la élite y la opinión pública en el Occidente. Imaginarse a Trump o a Robert Kennedy, quien rechaza las vacunas y está a cargo del ministerio de Salud, o un vicepresidente como J.D. Vance que exuda ignorancia bíblica, serían un mal chiste hasta hace una década. Incluso la toma del Congreso por parte de hordas fanáticas de Trump hace cuatro años parecía el último estertor de un penoso capítulo de la historia. Pero hoy se está repitiendo en una versión aún más perversa. Personajes absurdos y a ratos ridículos no solo gobiernan, además lo hacen con una impunidad inaudita, contra la cual el resto de actores e instituciones políticas y económicas parecen incapaces de hacer algo.
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