- El escándalo de corrupción de altos mandos de la Marina, familiares del exsecretario Ojeda, erosiona los principios de renovación política del oficialismo
Pablo Ferri - México - El País
Hace casi tres años, en la celebración del día de la Armada, el almirante Rafael Ojeda, secretario de Marina, tomaba la palabra a bordo del buque Usumacinta, en las costas de Manzanillo, en Colima. “Las y los mexicanos necesitamos de una unión y una voluntad sin precedentes, el enemigo a derrotar ahora es la corrupción”, dijo. Enfrente escuchaba el presidente, Andrés Manuel López Obrador, y la plana mayor de su Gabinete, el secretario de la Defensa, la de Seguridad, el de Gobernación… El Ejecutivo incidía de nuevo en la importancia de uno de sus postulados, el combate a la corrupción. El tiempo ha querido que aquel evento aparezca ahora como símbolo de las contradicciones del morenismo.
Ojeda figura desde hace unos días en la periferia de una trama corrupta, vinculada al huachicol fiscal, el contrabando de gasolinas a México bajo fracciones arancelarias alteradas. Investigada desde hace meses, la trama, dirigida por dos sobrinos políticos del almirante secretario, pesos pesados en la Armada, golpea al oficialismo, que ha hecho de la batalla contra la corrupción uno de sus pilares. El caso, detectado en dos puertos de Tamaulipas, aparece así como un parteaguas en los Gobiernos de Morena y eleva a Claudia Sheinbaum en su cruzada contra el crimen, de camino a su primer aniversario en Palacio Nacional. Desafío, pero también oportunidad, la mandataria vislumbra un espacio para romper con figuras y grupos políticos de su predecesor, y dar espacio a los suyos.

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