- Sheinbaum ha saturado setenta minutos de informe de Gobierno con números y porcentajes que honran la tradición de una ceremonia autocomplaciente y poco republicana
Salvador Camarena - El País
Ante la realidad, cifras. Frente al reclamo más sentido, desdén. La presidenta Claudia Sheinbaum ha saturado setenta minutos de informe de gobierno con números y porcentajes que honran la tradición de una ceremonia autocomplaciente y poco republicana.
La política mexicana nunca supo dialogar en público.
Desde que los informes son informes, su esencia es la simulación del ritual donde se supone que el Ejecutivo comparece ante el Legislativo. Por sexenios y hasta Miguel de la Madrid, la Presidencia era inapelable. Cada primero de septiembre una sola voz importaba.
Fue la irrupción del neocardenismo a mediados de los ochenta lo que hizo estallar el espejismo republicano. Tras la sucia elección de 1988, Porfirio Muñoz Ledo encabezó lo que se llamó la interpelación. Ese México vivió para contarlo: el presidente era alcanzable con la voz.
Ni así el PRI aceptó cambios. Incluso en 1997, al perder el dominio de la Cámara de Diputados, el régimen pataleó para acotar la respuesta opositora al informe; ese año, otra vez Muñoz Ledo demostraría que se podía criticar en vivo al presidente y el país no entraba en crisis.

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