José Atilano Gonzalez - El Universal
La economía criminal en México ha tenido capacidad para cooptar territorios, relaciones comunitarias y la institucionalidad local, mediante una gran flexibilidad de acción, que incluye la aplicación de diferentes tipos de violencia, con lo cual logra adaptarse a contextos que mutan constantemente.
Así logran controlar la vida de los pueblos indígenas, campesinos, suburbanos y de zonas urbanas desarrolladas. Estas economías criminales, lideradas casi siempre por agentes externos, supracomunitarios, pero con vínculos estrechos o complicidades locales, generan grandes desafíos a los distintos niveles de gobierno, pues las acciones delictivas no sólo carcomen el tejido social, sino implican la generación y normalización de la violencia.
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