- La militarización impuesta por López Obrador no consigue frenar el poder del crimen organizado, atomizado en al menos 150 bandas con tentáculos en todo el país
Elena Reina - El Paìs
No hay un rincón de México donde el narco no tenga presencia. Como una enfermedad degenerativa, su poder se ha ido extendiendo por cada coordenada y produce cada año más dolor, más víctimas. El crimen organizado a veces se manifiesta de forma violenta y provoca auténticas escenas de guerra; y otras, espera silencioso, sin el ruido de la metralla ni la irrupción de los soldados, a que alguien se atreva a tocar su plaza. Lejos han quedado los años de los todopoderosos cárteles de la droga, que se repartían amplios territorios como pedazos de pastel y pactaban treguas cuando la muerte empañaba al negocio. México ya no son las series de Netflix. Sin la épica de esos tiempos, se mata más que nunca. Y en algunos Estados, ni la presencia del Ejército enviado por el presidente Andrés Manuel López Obrador, ni las endebles instituciones locales, han sido capaces de frenarlo. Son los agujeros negros de un país con una autoridad al margen del Estado.

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