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La elección de Donald Trump fue recibida en todo el mundo con un desconcierto y un miedo justificables. Su victoria, tras una campaña electoral viciada y carente de datos, puso por los suelos la imagen de la democracia norteamericana. Pero, si bien Trump es impulsivo y ocasionalmente vengativo, una mezcla potencialmente fatal en un mundo ya frágil, su elección debería ser un incentivo para cuestionar ideas fallidas y avanzar más allá de una dependencia excesiva del liderazgo global inevitablemente imperfecto de Estados Unidos.
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