De las cualidades de las MiPyMEs en México, se ha hablado mucho sobre la importancia de ellas en la generación de empleos, sobre todo cuando se revisan las cifras de creación de estos últimos en los años recientes. Esto responde a una necesidad social patente: los ciudadanos necesitan emplearse para poder satisfacer sus necesidades más básicas y las de sus familias.
Atendiendo a estas cifras, nos encontramos con que, de acuerdo a los Censos Económicos 2009 (INEGI, 2010), el 95 por ciento de las empresas en este país emplea de 1 a 10 personas, situándolas de tal manera en el sector de las MiPyMEs. Esto refleja, sin lugar a dudas, la relevancia que tiene este sector de la economía mexicana en la satisfacción de las demandas sociales. De hecho, el tipo de empresas que le siguen en la categoría de personal ocupado, con un 4 por ciento, pertenecen a la categoría de pequeñas empresas, con hasta 50 empleados.
Desde el punto de vista del número de personal ocupado, las políticas públicas quedan claras: las micro y pequeñas empresas brindan el 99 por ciento de las oportunidades de empleo y por tanto habrá que apoyar su creación, siendo que éstas satisfacen en gran medida las necesidades de una población creciente en situaciones de apuro económico. Sin embargo, si avanzamos en el análisis del reporte de resultados de los mencionados censos, nos daremos cuenta de un factor que tiende a pasar desapercibido: todas estas empresas, micro y pequeñas, presentan una aportación a la producción bruta total del país francamente baja y, por tanto, alarmante.
Ese 95% de microempresas aporta un 8.3% a la producción total de México, mientras que las pequeñas empresas lo hacen con un 9%, dándonos un total acumulado del 17.3%. En contraste, las compañías que dan empleo a 250 personas o más y que solamente representan al 0.2% de las unidades económicas estudiadas, aportan un 65.3% a la producción bruta total.
La diferencia es abismal y representa una cuestión que se ha venido discutiendo con cada vez mayor preocupación: la verdadera problemática de las Mipymes no es su número, sino su productividad. Productividad es, de acuerdo a la Real academia Española de la Lengua (2011), la “Relación entre lo producido y los medios empleados…”. Esto significa que una entidad será más productiva si, utilizando los menos recursos posibles, produce más.
La baja productividad se entiende entonces por la relación directamente proporcional entre las variables recursos y producción, es decir, si aceptamos que el personal es un recurso utilizable –como lo es-, obtendremos que la relación actual es: a poco personal, poca producción; ésta aumentará conforme se incremente la mano de obra. La lógica de esta afirmación, que para efectos prácticos y dadas las estadísticas es claramente cierta, resulta ser la demostración de la poca profesionalización de las Mipymes y de sus pobres resultados y aportaciones a la economía mexicana.
La conversión de esta relación hacia una función inversa solamente puede ser resultado del enfoque y apoyo hacia áreas distintas a la mera creación de empresas y, cuando mucho, su financiamiento. México no puede permitirse el lujo de destinar los recursos públicos a programas que no sustenten la verdadera productividad, que es hacer más con menos. Esto no sería el resultado de acciones y decisiones sobrehumanas, es simplemente un principio de la administración.
Siendo así, el enfoque de los recursos, sin descuidar el apoyo a la creación de más empresas y por tanto más empleos, deberá dirigirse a la formación de mejores empresarios, con los recursos tecnológicos necesarios —entendidos como el saber hacer y no como la utilización de herramientas electrónicas—, para crear, diseñar y trabajar procesos altamente productivos. Cuando se logre la inversión de la relación matemática empleados-productividad, podremos hablar de más empleos, sí, pero todavía más y mejor producción. Parafraseando a Peter Drucker (1909-2005), abogado y tratadista austríaco: no se trata de trabajar más, sino de trabajar mejor. En este sentido, lograrlo requerirá un fuerte apoyo a la formación en las áreas de la gestión de negocios, entre otras: educación contable, financiera, administración, producción y otras áreas de apoyo. México y sus empresarios podrían, sin duda, si se les enseña cómo hacerlo.
*Académico de la Universidad del Valle de México
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