José Blanco - Periódico La Jornada
El sexenio de la 4T transcurre velozmente. La obra realizada y la que será terminada en los próximos dos años, más los programas de beneficio para los de abajo, conformarán quizá un ejercicio de gobierno sin parangón en la historia moderna de México; a pesar del frenazo de la pandemia. Pero el reto del futuro, para Morena –para la sociedad en conjunto–, es de una dimensión inmensurable.
Nuestra condición de economía subalterna, dependiente de los centros dominantes, es una realidad pétrea tan compleja que sólo logramos aprehenderla como dato. Hace muchas décadas, desde los años 1970, renunciamos a superarla: las formas y contenidos del proceso de acumulación de capital, que gobierna a las economías del orbe, deriva de las decisiones disgregadas de los grandes capitales trasnacionales, una fuerza económica descomunal y difusa que no deja huella de los individuos que la operan. La desigualdad y la pobreza, durante el túnel de los gobiernos neoliberales, empeoraron sin freno, bajo la monstruosa convicción de los de arriba, de que eran los pobres mismos los responsables de su vida desastrosa. Pobreza y desigualdad siguen ahí con dura obstinación. La 4T ha podido, hasta ahora, en general, empezar a detener el aluvión del empobrecimiento; es tremendamente importante, pero no basta con aplanar la curva.
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