- Los campesinos que se unieron a la búsqueda de los 43 estudiantes desparecidos encuentran un monte plagado de cadáveres anónimos
Juan Diego Quesada /
Iguala, Guerrero / El País
Un hombre con la camisa empapada de sudor cava un hoyo entre unos
matorrales. Otro que observa la escena, con casco y chaleco
fluorescente, cree haber visto algo: “Eh, para. Un momento”. Agarra un
hueso, lo posa en una piedra y explica a los que están arremolinados en
torno al agujero: “Esta persona tuvo que ser asesinada hace dos o tres
años. Lo trocearon con un machete. Pueden ustedes observar el corte
limpio”. Los cerros que rodea la ciudad de Iguala, donde desaparecieron 43 estudiantes mexicanos hace tres semanas, están sembrados de cadáveres anónimos.
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