Berna González Harbour-París-El País
Los jardines del Elíseo, los suelos encerados y los grandes espejos que
multiplican desde todos los ángulos el movimiento acompasado y tranquilo
de los exclusivos servicios de protocolo e intendencia uniformada de la
Presidencia no han
cambiado prácticamente desde 1848, cuando este palacio requisado a la
aristocracia se convirtió en sede y símbolo de la República. Lo que sí
ha cambiado en solo meses —minutos para la historia— es la atmósfera que
indefectiblemente se cuela con cada jefe a pesar de los rigores del
lugar. Si hasta hace poco era Sarkozy quien recibía a sus visitas con su
hiperactividad, sus gafas de sol y una teatralidad gestual que todo lo
llenaba, hoy es François Hollande, de 58 años, quien ha incorporado ese toque de seriedad y quietud que le acompaña.
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