Guillermo Ortiz * / La Jornada
Guillermo Ortiz Martínez, ex gobernador del Banco de México. Imagen de archivo. Foto Carlos Ramos Mamahua
Cuando en una primera instancia los bancos mundiales se expandieron hacia los mercados emergentes, la idea consistía en que con ello serían más eficientes y fomentarían la competencia. Y hay evidencia de que así fue, por un rato. Pero la crisis financiera lo cambió todo: enfrentados a la necesidad de desapalancarse y cumplir con requisitos metas más altos de capital, ahora están reduciendo su exposición a mercados emergentes, dando lugar a restricciones de crédito dañino y utilizando ganancias obtenidas a partir de subsidiarias para recapitalizar a las matrices de los bancos.
Los mercados emergentes deben actuar. Deben poner en práctica un nuevo modelo de banca internacional que limite la expansión global de los bancos. En forma simultánea, deben hacer valer un marco normativo que aísle a las subsidiarias de las debilidades de las matrices de los bancos. No hay mejor momento: el financiamiento mundial está rediseñándose para evitar que se repita una de las peores crisis bancarias que se hayan visto. El resultado tendrá importantes implicaciones para la rentabilidad, la solvencia y la capitalización de los bancos. Pero hasta ahora, los mercados emergentes han participado en forma limitada en este debate.
Antes del colapso de Lehman Brothers en 2008, el paradigma que prevalecía era la globalización del sistema bancario. Después de las crisis previas, la necesidad de recapitalizar a los sistemas bancarios en los mercados emergentes creó una oportunidad única para que los mercados globales se expandieran. Su presencia creció considerablemente en los mercados emergentes. En una década, la propiedad extranjera de bancos casi se triplicó, para 2005 ya sobrepasaba 50 por ciento del total de los activos de bancos en mercados emergentes (excluyendo a China). Se veía como una fortaleza el otorgar a las subsidiarias acceso al capital y a la liquidez de una matriz más sólida. Como resultado, el debate sobre la normatividad transfronteriza se centró en quién sería el responsable si la subsidiaria dejaba de ser solvente (el banco matriz y/o las autoridades locales).
Pero cuando se dio la crisis de 2008 se derrumbaron muchos viejos paradigmas. Las empresas matrices no contaban con el capital para cumplir con los requisitos normativos. En contraste, las subsidiarias habían fortalecido su perfil financiero en respuesta a un marco normativo más prudente y a una supervisión local más estricta. A diferencia de otros episodios de estrés, los bancos de mercados emergentes se volvieron una fuente de estabilidad. Muchos bancos de la eurozona enfrentan un círculo vicioso de menor rentabilidad, crecimiento limitado, morosidad y castigos crediticios más altos, y requisitos de mayor capital. Por lo que están volteando hacia sus subsidiarias en busca de rentabilidad, liquidez y capital, o están reduciendo su exposición en mercados emergentes al desapalancar sus activos y al venderlos.
La Europa emergente y Latinoamérica tienen mucho que temer de la debilidad de los bancos de la eurozona. En Europa del este las subsidiarias extranjeras representaron más del 70 por ciento del total de activos, pero, recientemente, los bancos extranjeros han reducido su exposición en dicha zona. Latinoamérica tiene una exposición más baja en los bancos de Europa occidental, pero el proceso de desapalancamiento también está afectando a las subsidiarias.
Un ejemplo es México. Después de la crisis del tequila, en 1994, el gobierno rescató a todos los ahorradores y llevó a la práctica reformas para rescatar el sistema bancario mexicano. Dado que los inversionistas locales no estaban dispuestos a inyectar capital fresco, se permitió la participación extranjera para recapitalizar a los bancos. Luego de esta recapitalización y de la limpieza del balance general, los bancos obtuvieron una mayor rentabilidad, lo que condujo a un incremento en el pago de dividendos. En síntesis, este ha sido un negocio increíblemente rentable para los bancos internacionales.
Pero no para México. El valor de los cinco bancos más grandes (a dos veces su valor en libros) es de alrededor de 75 mil millones de pesos. Es más, entre 2003 y 2011 los dividendos que pagaron los bancos de propiedad extranjera fue de 20 mil millones (aproximadamente lo que se pagó por los bancos), un pago de dividendos de tres cuartas partes de las utilidades anuales. Si en vez de ello hubieran realizado el desembolso de un quinto del pago de dividendos, en promedio, como los bancos locales, se hubiera distribuido más capital a México. El crédito al coeficiente del producto interno bruto sería 5-15 puntos porcentuales por arriba del coeficiente actual de 23 por ciento. Hoy en día, los ahorros internos se utilizan para recapitalizar a los bancos extranjeros, privando a México, y a los mercados emergentes en general, de recursos.
Los mercados emergentes deberían considerar que se obligara a las subsidiarias de bancos mundiales a limitar el pago de dividendos y/o cotizar en las bolsas locales. La cotización en bolsa de las subsidiarias alinearía los intereses de los bancos con los de los países huéspedes, y probablemente moderaría la transferencia de recursos hacia las empresas matriz. Hay que actuar ahora, no después.
* El autor es presidente de Grupo Financiero Banorte, fue gobernador del Banco de México y secretario de Hacienda
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