El problema no es que Europa dirija el Fondo, sino cómo se selecciona al jefe del organismo
MOISÉS NAÍM / EL PAÍS
Lo único bueno que tienen los terremotos es que revelan información útil sobre la geología más profunda de nuestro planeta. El Fondo Monetario Internacional (FMI) acaba de ser sacudido por dos fuertes seísmos: el arresto de su director, Dominique Strauss-Kahn, y la controversia acerca de quién debe reemplazarlo. Este segundo seísmo ha aportado interesantes datos acerca de cómo funciona el sistema que gobierna al mundo actual. Algunos de estos datos confirman cosas que ya sabíamos y otros aclaran algunas de las nuevas realidades acerca del poder en estos tiempos.
Hay dos interesantes lecciones del hecho, casi seguro, de que la próxima líder del FMI será la ministra francesa Christine Lagarde. El proceso de selección aún está en marcha y puede ser que algo impida que la ministra Lagarde ocupe el cargo. Lo dudo. Y lo dudan la mayoría de los observadores bien informados sobre este tema. Fui invitado a la sede del FMI en Washington a hablarle sobre esto a más de cien funcionarios y directivos de la institución. Comencé mi presentación pidiendo que levantaran la mano quienes pensaban que la señora Lagarde no resultaría seleccionada para el cargo. Cerca de 10 personas la alzaron. Esto quiere decir que, antes de concluir el proceso de selección, una inmensa mayoría de observadores ya cree saber cuál será el resultado. El problema no es si la ministra Lagarde tiene o no las calificaciones para dirigir el FMI (yo creo que las tiene), sino el hecho de que llega al cargo a través de un proceso inaceptable. Como se sabe, en 1944 Estados Unidos y Europa acordaron que el jefe del FMI siempre sería un europeo y el del Banco Mundial, siempre un norteamericano. Ningún candidato del resto del mundo tiene la opción real de ocupar estos cargos. La irracionalidad de esto es evidente. Los jefes de Estado del G-20 se comprometieron en 2008 a que los líderes de estas organizaciones serían escogidos a través de un proceso "abierto, transparente y basado en el mérito". En la práctica, sin embargo, nada ha cambiado. Y de esto se desprende el primer útil recordatorio que nos ofrece el proceso del FMI: buscar y retener el poder suele desplazar la defensa de valores y principios, y hasta el sentido común. A pesar de las elocuentes declaraciones y enfáticas promesas, y de los acrobáticos intentos de hacer parecer el proceso más abierto y meritocrático de lo que realmente es, el acuerdo firmado en la era colonial sigue imperando en el siglo XXI: Europa continuará al mando del FMI. De nuevo, el problema no es que sea Europa; el problema es cómo se selecciona al jefe del FMI. Europa aún tiene un muy alto porcentaje de los votos en el FMI y los usa. Punto. Su porcentaje ha venido disminuyendo pero es aún alto, ya que se basa en lo que era el peso del continente en la economía mundial en 1944. Y ese poder heredado, Europa lo utiliza para proteger en privado privilegios que denuncia en público. La regla básica que esto nos recuerda es que cuando de poder se trata, las palabras no importan; importan los cañones, los recursos o, como en este caso, el porcentaje de los votos que se tiene. El resto es ruido, retórica y distracción.
Otra lección que emerge de este proceso es que los nuevos centros del poder mundial todavía son más potenciales que reales. El grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) hace grandes esfuerzos por presentarse ante el mundo como una alianza que representa el nuevo polo de poder económico y político. En teoría, la oportunidad de coordinar sus posiciones con respecto a la designación del nuevo jefe del FMI es ideal para mostrarle al mundo que hay un nuevo polo capaz de actuar concertadamente. Pero los BRICS no lo lograron hacer y ni siquiera lo intentaron seriamente. Por ejemplo, Brasil, el líder de América Latina, no encontró motivaciones suficientes para apoyar desde el inicio al muy competente candidato mexicano. Y los demás países tampoco mostraron mayor interés en acabar con el ofensivo acuerdo entre Estados Unidos y Europa.
No hay duda de que el mundo tiene nuevos centros de poder. Pero en este caso no supieron, no quisieron o no pudieron ejercerlo de la manera coordinada en que lo hizo Europa. La lección del seísmo del FMI en este sentido es que si bien cada uno de los países BRICS ha aumentado su poder individual, como grupo aún no saben o no pueden actuar de manera unificada. Si algún día logran hacerlo tendremos un mundo muy diferente.
MOISÉS NAÍM / EL PAÍS
Lo único bueno que tienen los terremotos es que revelan información útil sobre la geología más profunda de nuestro planeta. El Fondo Monetario Internacional (FMI) acaba de ser sacudido por dos fuertes seísmos: el arresto de su director, Dominique Strauss-Kahn, y la controversia acerca de quién debe reemplazarlo. Este segundo seísmo ha aportado interesantes datos acerca de cómo funciona el sistema que gobierna al mundo actual. Algunos de estos datos confirman cosas que ya sabíamos y otros aclaran algunas de las nuevas realidades acerca del poder en estos tiempos.
Hay dos interesantes lecciones del hecho, casi seguro, de que la próxima líder del FMI será la ministra francesa Christine Lagarde. El proceso de selección aún está en marcha y puede ser que algo impida que la ministra Lagarde ocupe el cargo. Lo dudo. Y lo dudan la mayoría de los observadores bien informados sobre este tema. Fui invitado a la sede del FMI en Washington a hablarle sobre esto a más de cien funcionarios y directivos de la institución. Comencé mi presentación pidiendo que levantaran la mano quienes pensaban que la señora Lagarde no resultaría seleccionada para el cargo. Cerca de 10 personas la alzaron. Esto quiere decir que, antes de concluir el proceso de selección, una inmensa mayoría de observadores ya cree saber cuál será el resultado. El problema no es si la ministra Lagarde tiene o no las calificaciones para dirigir el FMI (yo creo que las tiene), sino el hecho de que llega al cargo a través de un proceso inaceptable. Como se sabe, en 1944 Estados Unidos y Europa acordaron que el jefe del FMI siempre sería un europeo y el del Banco Mundial, siempre un norteamericano. Ningún candidato del resto del mundo tiene la opción real de ocupar estos cargos. La irracionalidad de esto es evidente. Los jefes de Estado del G-20 se comprometieron en 2008 a que los líderes de estas organizaciones serían escogidos a través de un proceso "abierto, transparente y basado en el mérito". En la práctica, sin embargo, nada ha cambiado. Y de esto se desprende el primer útil recordatorio que nos ofrece el proceso del FMI: buscar y retener el poder suele desplazar la defensa de valores y principios, y hasta el sentido común. A pesar de las elocuentes declaraciones y enfáticas promesas, y de los acrobáticos intentos de hacer parecer el proceso más abierto y meritocrático de lo que realmente es, el acuerdo firmado en la era colonial sigue imperando en el siglo XXI: Europa continuará al mando del FMI. De nuevo, el problema no es que sea Europa; el problema es cómo se selecciona al jefe del FMI. Europa aún tiene un muy alto porcentaje de los votos en el FMI y los usa. Punto. Su porcentaje ha venido disminuyendo pero es aún alto, ya que se basa en lo que era el peso del continente en la economía mundial en 1944. Y ese poder heredado, Europa lo utiliza para proteger en privado privilegios que denuncia en público. La regla básica que esto nos recuerda es que cuando de poder se trata, las palabras no importan; importan los cañones, los recursos o, como en este caso, el porcentaje de los votos que se tiene. El resto es ruido, retórica y distracción.
Otra lección que emerge de este proceso es que los nuevos centros del poder mundial todavía son más potenciales que reales. El grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) hace grandes esfuerzos por presentarse ante el mundo como una alianza que representa el nuevo polo de poder económico y político. En teoría, la oportunidad de coordinar sus posiciones con respecto a la designación del nuevo jefe del FMI es ideal para mostrarle al mundo que hay un nuevo polo capaz de actuar concertadamente. Pero los BRICS no lo lograron hacer y ni siquiera lo intentaron seriamente. Por ejemplo, Brasil, el líder de América Latina, no encontró motivaciones suficientes para apoyar desde el inicio al muy competente candidato mexicano. Y los demás países tampoco mostraron mayor interés en acabar con el ofensivo acuerdo entre Estados Unidos y Europa.
No hay duda de que el mundo tiene nuevos centros de poder. Pero en este caso no supieron, no quisieron o no pudieron ejercerlo de la manera coordinada en que lo hizo Europa. La lección del seísmo del FMI en este sentido es que si bien cada uno de los países BRICS ha aumentado su poder individual, como grupo aún no saben o no pueden actuar de manera unificada. Si algún día logran hacerlo tendremos un mundo muy diferente.
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