Jesusa Cervantes / Proceso
“Los mexicanos están cansados de estos circos mediáticos; fue una ofensa a la institución presidencial; una falta de respeto a los propios legisladores”... y así proseguía la lista de reclamos, y todo por una manta desplegada por legisladores petistas en la que aludían a un presunto alcoholismo de Felipe Calderón.
El mensaje desató la furia del panismo en contra de los irreverentes, groseros y rebeldes diputados. Los aliados del poder salieron en defensa de quien los puso en una curul.
Cierto es que nadie justifica la ofensa como método en los debates políticos y legislativos pero, aceptando que el calificativo de “borracho” sea una ofensa --en todo caso, ello no evidencia más que ignorancia de lo que implica la enfermedad del alcoholismo--, el epíteto puede pasar a segundo término si hacemos una lista de los verdaderos agravios que muchos mexicanos han padecido desde el 1 de diciembre de 2006.
El malestar por la “manta de la discordia” en San Lázaro no tiene siquiera comparación con la burla de Calderón hacia numerosos casos, entre ellos el de las madres de los jóvenes de Salválcar en Ciudad Juárez, Chihuahua.
A un año de aquella brutal ejecución, las madres no tienen siquiera la autopsia de sus hijos asesinados. Y la burla es que en lugar dar respuesta a las demandas de las madres, Calderón les construyó “una cancha”. ¿No es acaso eso una verdadera ofensa?
Y la muerte de 49 niños en Hermosillo, Sonora, en una guardería subrogada por el gobierno federal, en donde lentamente, por falta de aire o por quemaduras, se les apagó la vida. ¿Tampoco ese hecho indigna?
Desde que se produjo la tragedia, no recuerdo a un solo diputado federal del PAN que haya levantado la voz en contra del gobierno federal que encabeza Felipe Calderón, en primer lugar por su permisividad y la evidente corrupción para que se careciera de mínimas medidas de protección civil, acciones que pudieron evitar las muertes de decenas de los pequeños.
Más aún, los 35 mil muertos generados no por la decisión del gobierno federal de pretender acabar con el narcotráfico, sino por la falta de previsión de lo que esa “guerra” desencadenaría, escenario en que se coloca en peligro la vida de “sus gobernados”. ¿No es esta una falta de respeto a los derechos humanos de parte de Calderón Hinojosa?
Y qué decir de la ausencia de enjuiciamiento a los políticos entreguistas y omisos del PAN que, en bandeja de plata, dieron a empresa españolas el derecho, por 20 o 30 años, a explotar las riquezas nacionales, como sucedió con los ya famosos contratos de servicios múltiples (CSM) de Petróleos Mexicanos (Pemex). ¿Ese hecho no equivale a reírse de los mexicanos?
Y el aumento al IVA que aprobaron panistas y priistas en el mismo recinto en donde hoy se dicen “ofendidos”, ¿no es eso pitorrearse de los mexicanos?, ¿no fue eso una burla hacia ellos cuando fueron justamente los diputados quienes pidieron el voto para mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía y, ya sentados cómodamente en una curul, se atrevieron a subir los impuestos?
Y no es una ofensa que cada uno de los 500 legisladores, que por una manta se sintieron agredidos, gane como “mínimo” cien mil pesos al mes mientras hay 6 millones de mexicanos en pobreza extrema. ¿O esto tampoco es una burla?
Los panistas se ofendieron, se indignaron, se alteraron, se sintieron agredidos cuando vieron que su jefe máximo era señalado como “borracho”.
La ira blanquiazul apenas y pudo contenerse por un simple señalamiento, nada comparado con la muerte y destrucción que Felipe Calderón y varios de sus secretarios de Estado han dejado desde aquel 1 de diciembre de 2006.
Y también se puede hablar de los obreros de Lázaro Cárdenas, Michoacán; de los trabajadores de Luz y Fuerza del Centro; los mineros de Cananea, Sonora; de los muertos de Coahuila; de las decenas de niños mexicanos que mueren de una parasitosis curable en las zonas más pobres del país; de la psicosis en que vive gran parte de la población del norte del país por la escalara de narcoviolencia… Y la lista puede ser interminable si el recuento tiene que ver con los actos de la figura presidencial en manos del PAN, pero a los diputados del blanquiazul, que mes con mes reciben 100 mil pesos, vehículo, viáticos, boletos de avión, dinero para “gestiones” y muchas cosas más, nada de esto los ofende o los pone iracundos.
Cierto que la ofensa no es el mejor método para el debate político, pero los panistas tampoco han debatido de verdad, lo que han hecho en esta Legislatura es mantener un contubernio con el PRI y, con su mayoría aplastante, burlase día a día de los mexicanos, aunque claro, hay sus excepciones, pero –tristemente-- son las menos.
Del gobierno calderonista pocas cosas no indignan. Lo mismo sucede con los políticos, pero en lugar de exaltarse por una manta, deberían reclamar por la inequidad, la violación a derechos humanos, pobreza y muerte que se viven en el país y, consecuentemente, actuar desde San Lázaro para acabar con todos esos agravios.
“Los mexicanos están cansados de estos circos mediáticos; fue una ofensa a la institución presidencial; una falta de respeto a los propios legisladores”... y así proseguía la lista de reclamos, y todo por una manta desplegada por legisladores petistas en la que aludían a un presunto alcoholismo de Felipe Calderón.
El mensaje desató la furia del panismo en contra de los irreverentes, groseros y rebeldes diputados. Los aliados del poder salieron en defensa de quien los puso en una curul.
Cierto es que nadie justifica la ofensa como método en los debates políticos y legislativos pero, aceptando que el calificativo de “borracho” sea una ofensa --en todo caso, ello no evidencia más que ignorancia de lo que implica la enfermedad del alcoholismo--, el epíteto puede pasar a segundo término si hacemos una lista de los verdaderos agravios que muchos mexicanos han padecido desde el 1 de diciembre de 2006.
El malestar por la “manta de la discordia” en San Lázaro no tiene siquiera comparación con la burla de Calderón hacia numerosos casos, entre ellos el de las madres de los jóvenes de Salválcar en Ciudad Juárez, Chihuahua.
A un año de aquella brutal ejecución, las madres no tienen siquiera la autopsia de sus hijos asesinados. Y la burla es que en lugar dar respuesta a las demandas de las madres, Calderón les construyó “una cancha”. ¿No es acaso eso una verdadera ofensa?
Y la muerte de 49 niños en Hermosillo, Sonora, en una guardería subrogada por el gobierno federal, en donde lentamente, por falta de aire o por quemaduras, se les apagó la vida. ¿Tampoco ese hecho indigna?
Desde que se produjo la tragedia, no recuerdo a un solo diputado federal del PAN que haya levantado la voz en contra del gobierno federal que encabeza Felipe Calderón, en primer lugar por su permisividad y la evidente corrupción para que se careciera de mínimas medidas de protección civil, acciones que pudieron evitar las muertes de decenas de los pequeños.
Más aún, los 35 mil muertos generados no por la decisión del gobierno federal de pretender acabar con el narcotráfico, sino por la falta de previsión de lo que esa “guerra” desencadenaría, escenario en que se coloca en peligro la vida de “sus gobernados”. ¿No es esta una falta de respeto a los derechos humanos de parte de Calderón Hinojosa?
Y qué decir de la ausencia de enjuiciamiento a los políticos entreguistas y omisos del PAN que, en bandeja de plata, dieron a empresa españolas el derecho, por 20 o 30 años, a explotar las riquezas nacionales, como sucedió con los ya famosos contratos de servicios múltiples (CSM) de Petróleos Mexicanos (Pemex). ¿Ese hecho no equivale a reírse de los mexicanos?
Y el aumento al IVA que aprobaron panistas y priistas en el mismo recinto en donde hoy se dicen “ofendidos”, ¿no es eso pitorrearse de los mexicanos?, ¿no fue eso una burla hacia ellos cuando fueron justamente los diputados quienes pidieron el voto para mejorar las condiciones de vida de la ciudadanía y, ya sentados cómodamente en una curul, se atrevieron a subir los impuestos?
Y no es una ofensa que cada uno de los 500 legisladores, que por una manta se sintieron agredidos, gane como “mínimo” cien mil pesos al mes mientras hay 6 millones de mexicanos en pobreza extrema. ¿O esto tampoco es una burla?
Los panistas se ofendieron, se indignaron, se alteraron, se sintieron agredidos cuando vieron que su jefe máximo era señalado como “borracho”.
La ira blanquiazul apenas y pudo contenerse por un simple señalamiento, nada comparado con la muerte y destrucción que Felipe Calderón y varios de sus secretarios de Estado han dejado desde aquel 1 de diciembre de 2006.
Y también se puede hablar de los obreros de Lázaro Cárdenas, Michoacán; de los trabajadores de Luz y Fuerza del Centro; los mineros de Cananea, Sonora; de los muertos de Coahuila; de las decenas de niños mexicanos que mueren de una parasitosis curable en las zonas más pobres del país; de la psicosis en que vive gran parte de la población del norte del país por la escalara de narcoviolencia… Y la lista puede ser interminable si el recuento tiene que ver con los actos de la figura presidencial en manos del PAN, pero a los diputados del blanquiazul, que mes con mes reciben 100 mil pesos, vehículo, viáticos, boletos de avión, dinero para “gestiones” y muchas cosas más, nada de esto los ofende o los pone iracundos.
Cierto que la ofensa no es el mejor método para el debate político, pero los panistas tampoco han debatido de verdad, lo que han hecho en esta Legislatura es mantener un contubernio con el PRI y, con su mayoría aplastante, burlase día a día de los mexicanos, aunque claro, hay sus excepciones, pero –tristemente-- son las menos.
Del gobierno calderonista pocas cosas no indignan. Lo mismo sucede con los políticos, pero en lugar de exaltarse por una manta, deberían reclamar por la inequidad, la violación a derechos humanos, pobreza y muerte que se viven en el país y, consecuentemente, actuar desde San Lázaro para acabar con todos esos agravios.
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