sábado, 5 de febrero de 2011

LA TRANSICIÓN ARABE

Porfirio Muñoz Ledo / El Universal
De modo sorprendente, antiguos y nuevos agravios empozados por las sociedades árabes se desatan en cadena hasta formar una marea imparable de procesos democratizadores en el seno de regímenes monolíticos. Primero fue la “revolución de los jazmines” en Túnez, luego el sonoro despertar del pueblo egipcio y ahora la marea amenaza extenderse a Jordania, Argelia, Marruecos, Siria, Sudán y Yemen.
Estamos sin duda frente a una nueva era de transiciones políticas, cuyas oleadas son regionales. También ante un desmentido categórico a la profecía de Huntington, quien imaginaba el mundo islámico como calcáreo, impermeable a la modernización e incapaz de proveer gobiernos seculares. Igualmente se abre paso al saludable distingo entre los credos religiosos y los actos terroristas, confundidos desde el 11 de septiembre. Una reconversión libertaria.
Cuando presenté en 1977 el Plan Nacional de Educación, afirmé que “la ilustración de las élites prepara las revoluciones futuras, pero éstas no se consuman sin la educación de los pueblos”. Así la emergencia de sectores contestatarios y de jóvenes universalistas es fruto de una maduración cultural, como lo es el carácter pluriclasista de las manifestaciones y sus reivindicaciones por el salario, el empleo, la información y las libertades públicas.
Los sistemas autoritarios acorralados vienen de antigua data: algunos preservan contornos medievales, ciertos constituyen monarquías oligárquicas y otros provienen de populismos que nutrieron al no alineamiento. Con los años se tornaron gobiernos cómodos para los intereses geopolíticos y económicos de las potencias occidentales. Su eventual derrocamiento probaría que la democracia no se impone por la agresión externa, como se pretextó en Irak, ni reviste necesariamente un sello fundamentalista, como en Irán.
Los acontecimientos ponen en relieve el doble rasero de Estados Unidos y confirman las filtraciones de WikiLeaks, donde sus agentes diplomáticos insistían en la corrupción acumulada por esas clases dominantes, mientras aconsejaban mantener el trato de “aliados necesarios”, en el viejo estilo de Foster Dulles. Potencian la significación de las redes sociales y el estreno político del internet como arma de combate, tanto en los regímenes clasificados como “cerrados” como en los “híbridos” que ostentan la máscara del pluralismo.
La rebelión no ha sido del todo incruenta —219 muertos en Túnez y más de 300 en Egipto, más los que presumiblemente vendrán— pero la represión ha sido marginal en relación a la magnitud de las manifestaciones. Verifica los supuestos factuales de las transiciones, que se libran primordialmente en las conciencias, en las universidades y en las calles, aunque después desemboquen en “rupturas pactadas” y en su ratificación por las urnas.
También recuerda los fundamentos teóricos del “cambio radical” que pasa por el “estado de rebelión” (Dussel) o “acto supremo por el que un pueblo se opone legítimamente a una legalidad impuesta”. Nos remite desde luego al concepto revolucionario francés de “resistencia a la opresión” y al planteamiento central de Gramsci, según el cual a través del “actor colectivo” se expresa el “bloque social de los oprimidos”. Una hermosa lección de ciencia política.
La revuelta en el Oriente Medio contiene elementos indiscutibles de esperanza, pero también de preocupación. Es muy pronto para conocer los alcances del “efecto dominó” sobre la región y para adelantar las orientaciones ideológicas y los perfiles institucionales de las democracias nacientes. Es claro, no obstante, que “los derechos civiles y la igualdad de oportunidades —menos aún la independencia política— vendrán de afuera, sino que deberán forjarse desde la sociedades”.
Habrá que evitar una recomposición hegemónica y sobre todo la implantación de “réplicas de repúblicas bananeras”. El mundo árabe no volverá a ser el mismo y esperamos que los sucedidos sean una inyección a la voluntad democrática de los pueblos.
Como sugiere un agudo analista: ¿para cuándo El Cairo, Distrito Federal? que dejamos escapar en 1988 y estamos obligados a recuperar por la salud de la nación mexicana. El contagio es la ganancia mayor de todo renacimiento.

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