León Bendesky / la Jornada
La divergencia de las percepciones en nuestra sociedad es creciente. Lo que siente la gente, lo que dice, la manera en que actúa, se contrapone a lo que se plantea desde el gobierno.
Si todo está tan bien, entonces por qué las cosas parecen tan mal. Así podría expresarse en unas cuantas palabras la situación en la que nos encontramos. Ni las celebraciones del bicentenario pueden provocar algún entusiasmo, los ánimos están bastante apocados.
Hay una insistencia por parte del gobierno de seguir por el mismo camino que ha trazado. Pero la sociedad no es más fuerte, al contrario, y ese es un rasgo que debe atenderse con más tino y sin mayor dilación.
El debilitamiento de eso que hoy se llama la cohesión social, es decir, del modo de vivir colectivo, es ya muy grave y sólo puede tener consecuencias aun más negativas en los años por venir. Es imprescindible revertir ese proceso de modo decisivo. El quehacer político debería ser capaz de ofrecer un horizonte más amplio y marcar una renovación relevante, pues de otro modo este gobierno pasará de manera tan gris como los dos que lo antecedieron, para no hacer aquí una historia más antigua.
El país parece una foto en la que se manda estarse quietos, pero aun así la imagen se ve borrosa. En uno de los terrenos más conflictivos de nuestra actual existencia social, que es el de la inseguridad, no es posible ya diferenciar entre la delincuencia que suele llamarse común con aquella asociada al narcotráfico.
La primera, que de común no tiene nada, sigue siendo rampante y lesiona seriamente las condiciones de vida de la gente de todos los estratos sociales. Ocurre en las calles, con robos, secuestros y ataques que pueden costar la vida. Nadie en su sano juicio puede decir que no tiene miedo o, cuando menos, mucha precaución. No nos sirve de nada que nos digan que otras ciudades o países son más peligrosos.
La violencia asociada con el narcotráfico está desbocada y la forma de enfrentarla provoca cada vez más cuestionamientos. Son ya muchas las vidas de personas inocentes que se ha cobrado esta estrategia y a manos de quienes deben defendernos. Cuánto más se puede insistir en seguir por este camino sin que aceche el peligro de que se imponga un cerco crecientemente autoritario.
El orden es un estado de cosas deseable cuando proviene de una forma sana de convivencia basada en el respeto por los demás como base de la exigencia del respeto de los derechos de uno mismo. Ese tipo de orden sustentado en la libertad está cada vez más maltrecho en general. Pero el orden impuesto como una medida para contener el desbordamiento de la violencia desatada por la delincuencia de cualquier signo lleva a otros modos de control social. Es que no habremos visto ya suficiente para comprender lo que está pasando y en lo que puede derivar.
Una forma similar de enfrentar la frágil situación nacional se advierte en el lado de la economía. El paquete económico de 2011 también apunta a quedarse quietos. El escenario planteado es una práctica repetición de lo que ocurrió en el primer semestre del año y basado en la expectativa de cómo acabará 2010. En todo caso puede genuinamente preguntarse si habría que estar tan satisfechos como propone el gobierno con esta situación.
Los datos económicos rebotaron luego de la brusca caída de la producción y del empleo, y lo que supone el paquete para el año entrante es que el crecimiento esperado en Estados Unidos será suficiente para jalar a las exportaciones. Por más que se quieran exprimir los datos de la recuperación del producto de las manufacturas, o del empleo, la debilidad persiste.
Esta economía es muy desigual y el segmento de las pequeñas y medianas empresas sigue siendo uno de los eslabones más débiles y es ahí donde se genera la mayor parte del empleo.
La estabilidad de precios es el ancla de la política económica propuesta y la manija fiscal está prácticamente atorada, no hay nada significativo en ese campo que promueva más dinamismo. Lo mismo sucede con la política financiera, donde la creatividad debe ser mayor y se necesita una revisión a fondo de cómo opera el sistema de financiación para invertir y consumir. Mientras, se sigue pagando la bárbara deuda originada por el Fobaproa y avalada por el IPAB.
Eso indica que no hay más intenciones que mantener las cosas como van. La renuncia a un mayor activismo en materia económica es un síntoma serio en términos técnicos pero, sobre todo, en un sentido político.
Además es demasiado temprano para manipular las cosas viendo ya a la sucesión en 2012 y esto aplica a todos los partidos políticos y a los grandes intereses mediáticos.
Se llegará irremediablemente a esa fecha, pero preguntémonos siquiera en qué condiciones estará entonces la sociedad mexicana y cómo puede estar en una perspectiva más larga. Esa sería hoy una actividad bastante legítima y potencialmente más productiva que los pleitos asociados con la especulación con las hipotecas y los derivados de índole política.
La divergencia de las percepciones en nuestra sociedad es creciente. Lo que siente la gente, lo que dice, la manera en que actúa, se contrapone a lo que se plantea desde el gobierno.
Si todo está tan bien, entonces por qué las cosas parecen tan mal. Así podría expresarse en unas cuantas palabras la situación en la que nos encontramos. Ni las celebraciones del bicentenario pueden provocar algún entusiasmo, los ánimos están bastante apocados.
Hay una insistencia por parte del gobierno de seguir por el mismo camino que ha trazado. Pero la sociedad no es más fuerte, al contrario, y ese es un rasgo que debe atenderse con más tino y sin mayor dilación.
El debilitamiento de eso que hoy se llama la cohesión social, es decir, del modo de vivir colectivo, es ya muy grave y sólo puede tener consecuencias aun más negativas en los años por venir. Es imprescindible revertir ese proceso de modo decisivo. El quehacer político debería ser capaz de ofrecer un horizonte más amplio y marcar una renovación relevante, pues de otro modo este gobierno pasará de manera tan gris como los dos que lo antecedieron, para no hacer aquí una historia más antigua.
El país parece una foto en la que se manda estarse quietos, pero aun así la imagen se ve borrosa. En uno de los terrenos más conflictivos de nuestra actual existencia social, que es el de la inseguridad, no es posible ya diferenciar entre la delincuencia que suele llamarse común con aquella asociada al narcotráfico.
La primera, que de común no tiene nada, sigue siendo rampante y lesiona seriamente las condiciones de vida de la gente de todos los estratos sociales. Ocurre en las calles, con robos, secuestros y ataques que pueden costar la vida. Nadie en su sano juicio puede decir que no tiene miedo o, cuando menos, mucha precaución. No nos sirve de nada que nos digan que otras ciudades o países son más peligrosos.
La violencia asociada con el narcotráfico está desbocada y la forma de enfrentarla provoca cada vez más cuestionamientos. Son ya muchas las vidas de personas inocentes que se ha cobrado esta estrategia y a manos de quienes deben defendernos. Cuánto más se puede insistir en seguir por este camino sin que aceche el peligro de que se imponga un cerco crecientemente autoritario.
El orden es un estado de cosas deseable cuando proviene de una forma sana de convivencia basada en el respeto por los demás como base de la exigencia del respeto de los derechos de uno mismo. Ese tipo de orden sustentado en la libertad está cada vez más maltrecho en general. Pero el orden impuesto como una medida para contener el desbordamiento de la violencia desatada por la delincuencia de cualquier signo lleva a otros modos de control social. Es que no habremos visto ya suficiente para comprender lo que está pasando y en lo que puede derivar.
Una forma similar de enfrentar la frágil situación nacional se advierte en el lado de la economía. El paquete económico de 2011 también apunta a quedarse quietos. El escenario planteado es una práctica repetición de lo que ocurrió en el primer semestre del año y basado en la expectativa de cómo acabará 2010. En todo caso puede genuinamente preguntarse si habría que estar tan satisfechos como propone el gobierno con esta situación.
Los datos económicos rebotaron luego de la brusca caída de la producción y del empleo, y lo que supone el paquete para el año entrante es que el crecimiento esperado en Estados Unidos será suficiente para jalar a las exportaciones. Por más que se quieran exprimir los datos de la recuperación del producto de las manufacturas, o del empleo, la debilidad persiste.
Esta economía es muy desigual y el segmento de las pequeñas y medianas empresas sigue siendo uno de los eslabones más débiles y es ahí donde se genera la mayor parte del empleo.
La estabilidad de precios es el ancla de la política económica propuesta y la manija fiscal está prácticamente atorada, no hay nada significativo en ese campo que promueva más dinamismo. Lo mismo sucede con la política financiera, donde la creatividad debe ser mayor y se necesita una revisión a fondo de cómo opera el sistema de financiación para invertir y consumir. Mientras, se sigue pagando la bárbara deuda originada por el Fobaproa y avalada por el IPAB.
Eso indica que no hay más intenciones que mantener las cosas como van. La renuncia a un mayor activismo en materia económica es un síntoma serio en términos técnicos pero, sobre todo, en un sentido político.
Además es demasiado temprano para manipular las cosas viendo ya a la sucesión en 2012 y esto aplica a todos los partidos políticos y a los grandes intereses mediáticos.
Se llegará irremediablemente a esa fecha, pero preguntémonos siquiera en qué condiciones estará entonces la sociedad mexicana y cómo puede estar en una perspectiva más larga. Esa sería hoy una actividad bastante legítima y potencialmente más productiva que los pleitos asociados con la especulación con las hipotecas y los derivados de índole política.
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